Vivimos un momento en el que las redes sociales se han convertido en uno de los baremos para decidir si una marca o una persona son interesantes, atractivas, merecen la pena o no. Sí, es así de triste y de hipócrita, ya que en ocasiones los perfiles creados en el mundo digital, concretamente en el social media, son reales pero en muchísimas otras ocasiones, muchas más de las que podemos imaginar, es todo ficticio, no se adecua a la situación verídica, nos intentan dar “gato por liebre”.
Redes sociales como Facebook, Twitter, Instagram, tienen sus propias normas y la capacidad para generar interacción dentro de las mismas es muy complicada. Conseguir likes, comentarios o “compartidos” es una tarea ardua donde las haya, amén de la dependencia de que la red social decida si nuestro post aparece o no en el timeline de los interesados. Una inversión enorme de tiempo y trabajo que en muchas ocasiones no se ve correspondida por los resultados.
No nos cansaremos de repetir de que la calidad de un trabajo, de una publicación, no podemos medirla en base a los “me gusta” que haya presentado el perfil, esto no es un fruto de calidad, es un número que puede ser una burbuja la cual en algún momento seguro que explota. Son muchos los factores que influyen en el éxito de una publicación y, algunos de ellos, están fuera de nuestro alcance, como el algoritmo correspondiente, la audiencia de la plataforma en ese momento, otros factores externos de mayor relevancia y que son fortuitos, etc.
A quién no le ha venido un cliente y le ha repetido: “La competencia tiene un porrón de seguidores”. La realidad es otra, ya que por desgracia sucede a menudo que esa “bolsa” de followers es una farsa, son cuentas de usuarios compradas en cualquier sitio web a un módico precio que inicialmente nos hace sacar pecho pero que en escasas semanas se desinfla hasta volver a la posición original.
Recientemente hemos ojeado un post del blog Genbeta en el que han hecho un experimento en primera persona de compra de seguidores en las plataformas Facebook, Twitter e Instagram. La conclusión de esa experiencia ha sido clara: los usuarios comprados no sirven para nada. No hay interacción, no hay engagement, fidelidad, sólo la cifra de la casilla de seguidores un poco más “gorda”.
Tenemos claro que valen más 10 seguidores de calidad a quien les interesa la marca, los productos y servicios que ofrecemos y que participan activamente en el perfil, que 1000 seguidores mudos cuyo único objetivo es ofrecer imagen de marca de éxito, aspecto que con un breve paso de tiempo se demostrará como incierto. Además, llama la atención cuando una cuenta tiene miles de seguidores y la respuesta a las actualizaciones de la misma son mínimas.
Los verdaderos seguidores participan en nuestras redes sociales y a buen seguro que visitan nuestro sitio web y recomiendan todos nuestros canales. El resto de seguidores están para “rellenar”, no son de calidad y por tanto no influyen positivamente.
Así que tal vez sea momento de preguntar al cliente si está seguro de inflar el saco de “seguidores” en vez de trabajar por crear una verdadera comunidad.
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[…] más fácil conseguir resultados. Error. Más no significa mejor. De hecho, es mejor tener pocos seguidores de calidad que muchos […]